domingo, 29 de marzo de 2015

Mujer Invisible

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 Todo comenzó a ocurrir gradualmente. Entro en la habitación y digo algo, y nadie se da cuenta.
 Digo: “apaguen la televisión, por favor”… y nada ocurre.
 Entonces lo digo más fuerte: “¡APAGUEN LA TELEVISION, POR FAVOR!”.
 Finalmente tuve que ir y apagar yo misma la televisión.

 Entonces comencé a entender.

 Mi marido y yo estuvimos en una fiesta durante tres horas y yo ya tenía ganas de irme. Me acerqué a él, que estaba conversando con un compañero de trabajo. Me acerqué para irnos, y él siguió conversando! ¡Él ni siquiera me respondió! Fue ahí cuando me di cuenta… ¡Él no puede verme! ¡Soy invisible! ¡Soy INVISIBLE!

 A partir de ese momento lo empecé a notar más y más.
 Llevé a mi hijo al colegio y la profesora le preguntó: “¿Jake, con quién has venido?”, y mi hijo respondió: “con nadie”. Él tiene tan solo 5 años, pero… ¡¿con nadie?!

  Una noche estábamos entre amigas celebrando el regreso de Jenisse que venía de viaje de Inglaterra. Jenisse había hecho este increíble viaje y no paraba de contarnos de los hoteles fabulosos en los que había estado, y yo estaba allí sentada, observando a las otras mujeres en la mesa. Me había maquillado en el auto, camino allí. Llevaba puesto un vestido viejo porque era lo único limpio que tenía. Tenía el pelo recogido con un clip con forma de plátano, así que me sentía realmente patética.
 Y entonces Jenisse vino hacia mí y me dijo: “Te he traído esto”.
 Era un libro sobre las grandes catedrales de Europa. No comprendí. Entonces leí la dedicatoria. Ella escribió:
“Con admiración, por la grandeza de lo que tú estás construyendo cuando nadie lo ve”.

 No puedes mencionar los nombres de las personas que trabajaron en la construcción de las grandes catedrales. Una y otra vez, buscando por el libro quiénes habían construído estas maravillosas obras, intentas buscar los nombres y solo dice: “autor anónimo… anónimo… anónimo…”.
 Ellos completaron sus obras sin saber si alguien notaría su trabajo.

 Hay una historia acerca de uno de los constructores que estaba tallando una pequeña ave en el interior de una viga que luego iba a quedar cubierta por el techo. Y alguien se le acercó y le preguntó: “¿por qué empleas tanto tiempo en hacer algo que después nadie podrá ver?”. Según cuenta el libro, el constructor respondió: “porque Dios sí lo ve”.
 Ellos confiaban en que Dios lo veía todo.

 Ellos entregaron toda su vida a un trabajo, un magnífico trabajo que jamás verían terminado. Ellos trabajaron día tras día. Algunas de estas catedrales tardaron más de cien años en construírse. Eso es más tiempo que toda la vida laboral de un hombre. Día tras día, ellos hicieron sacrificios personales sin buscar crédito a cambio, realizando un trabajo que nunca verían finalizado, por una obra en la que sus nombres jamás figurarían.
 Un escritor se adelantó a decir que “ninguna Gran Catedral jamás volverá a ser construída, porque muy pocas personas están dispuestas a sacrificar su vida de esta forma".

 Cerré el libro y fue como si oyera a Dios decir:

“Yo sí te veo. Tu no eres invisible para mi. Ningún sacrificio es tan pequeño como para que yo no lo note. Veo cada tortita que cocinas, cada plato de lentejas que haces, y sonrío por cada cosa que veo. Veo cada lágrima de decepción cuando las cosas no salen de la manera que esperabas. Pero recuerda: tú estás construyendo una Gran Catedral que no será terminada durante tu vida, y lamentablemente no podrás vivir en ella. Pero si la construyes bien, yo lo haré”. 

 Actualmente, mi invisibilidad fue un punto de inflexión para mi, pero ya no es una enfermedad que carcome mi vida. Es la cura para la enfermedad de mi egocentrismo; el antídoto para mi propio orgullo. Está bien que no me vean. Está bien que no sepan. No quiero que mi hijo le diga a sus amigos que trae del colegio: “No pueden creer lo que hace mi mamá, se levanta a las cuatro de la mañana y nos hace tortitas, y nos cocina pavo y plancha todas las sábanas”. Incluso si hago o no esas cosas, no quiero que diga eso. Quiero que él quiera venir a casa y, en segundo lugar, quiero que le diga a sus amigos: “les va a encantar estar allí”.
 Está bien que no vean. No trabajamos para ellos. Trabajamos para Él. Nos sacrificamos por Él. Ellos nunca lo verán, por más que lo hagamos bien, por más que lo hagamos perfecto.
 Recemos para que nuestras obras se mantengan como monumentos a un Gran Dios.







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