domingo, 22 de abril de 2018

Cuando Dios responde ¡No!

Reflexiones




 A mi hija menor, de tan solo 7 años, debieron operarla de estrabismo en ambos ojos. Gracias a Dios, la operación salió bien y su recuperación fue sin problemas. Pero tras la intervención, ella quedó con visión doble, lo cual era normal según lo que nos explicó el médico tratante.
Lo que seguía en su recuperación era realizar ejercicios oculares, durante 15 minutos, tres veces al día. Ella debía lograr juntar la vista, lo que hacemos cuando intentamos mirarnos la punta de la nariz. Para ello, yo usaba un lápiz en cuyo extremo había pegada una pequeña mariquita. Lo colocaba frente a ella y le pedía que mirara fijamente la mariquita mientras le acercaba el lápiz lentamente. Pero tras varios intentos, me di cuenta de que cuando el lápiz se acercaba lo suficiente, los ojos de mi hija dejaban de ver el objetivo, sin lograr lo que se esperaba. Lo seguimos intentando muchas veces pero el resultado era siempre el mismo. Y yo comencé a preocuparme. La reprendí varias veces, pues pensaba que ella no se esforzaba porque no le daba la importancia que debía a lo que estábamos haciendo. No podía permitir que ella creyera que era un simple juego, pero me duele confesar que en mi desesperación hasta llegué a retarla fuertemente. Fue entonces cuando mi pequeña, con sus ojitos vidriosos me dijo: “Mamá, es que no sé cómo hacerlo”.

Es fácil decirle a un niño “mueve la pierna como yo lo hago” o “mueve los dedos de la mano igual que yo”. Pero ¿cómo se le dice “junta los ojos de esta manera...”? Mi hija debía ejercitar músculos en sus ojitos que nunca antes había usado y obviamente no sabía cómo hacerlo. Ni yo sabía cómo explicárselo. 

Entonces oramos. Pedimos a Dios que nos ayudara, que permitiera que mi hija pudiera hacer los ejercicios sin problema, pues para El no había nada imposible. ¿Qué eran un par de ojitos desviados para un Dios todo poderoso?

Al día siguiente lo intentamos nuevamente, pero tampoco logramos nada. Lo mismo al día siguiente y lo mismo al siguiente. Comenzamos a ir una vez a la semana al centro oftalmológico para que un especialista le realizara los ejercicios, pero tampoco había avance alguno. Yo debía seguir intentando los ejercicios en casa, además de colocarle un parche en forma alternada en cada ojo.

Tres veces al día sonaba la alarma que avisaba que debíamos intentarlo nuevamente. Tres veces al día la angustia me invadía por completo al no obtener ningún resultado positivo.

Recuerdo estar sentada frente a ella, sujetando el lápiz con la mariquita en mi mano, con un nudo en la garganta viendo cómo caían lágrimas de sus ojitos al no lograr ver la punta de ese lápiz. Y en mi interior le decía a Dios: “¿Por qué no nos escuchas, por qué no respondes nuestras peticiones? ¿Quieres que ella piense que no existes, o que eres un Dios a quien no le importa lo que le pase?” Estaba enojada con mi Dios. Cómo podía hablarle a mis hijos de un Dios bueno y cariñoso, que ante una petición tan importante para nosotros pero tan simple para El, Su respuesta era ¡No!.

En el centro oftalmológico continuaron con los ejercicios semanales por un tiempo pero tras un nuevo exámen de estrabismo se llegó a la conclusión de que no se estaba logrando nada y no valía la pena seguir adelante. Suspendieron los ejercicios e incluso el uso de los parches. La alternativa que nos ofrecían era una segunda operación.

Fueron momentos muy difíciles pues me sentía sola, desamparada, intentando comprender por qué Dios nos estaba dando la espalda. Igual seguíamos orando, aunque no sé si con la misma Fe que al principio.

Poco tiempo después fijamos una nueva reunión con el especialista para definir la fecha de la segunda operación. Ese mismo día, le volvieron a realizar un test de estrabismo a mi pequeña para determinar correctamente lo que se debía corregir en la cirugía. Cuando revisó los exámenes, el médico tratante, con una sonrisa en la cara, nos dijo: “Los resultados están mejor que la vez anterior. No será necesaria una segunda operación, pues sus ojos se están sanando solitos. Solo hay que esperar. Tampoco va a ser necesario que le hagan los ejercicios ni que usen el parche en los ojos. Hay que darle tiempo para que sane por su cuenta”.

Y en ese momento comprendí todo. Dios sí había escuchado nuestra petición todo el tiempo, pero éramos nosotros quienes no habíamos comprendido su respuesta. Cuando le pedimos que ayudara a mi hija con los ejercicios oculares, su respuesta fue “No” porque no eran necesarios. De haber tenido buenos resultados, no habríamos entendido que era El quien estaba haciendo el milagro y no los ejercicios. Y recordé que muchas veces Dios nos responde “No” porque nos tiene algo mucho mejor.

Los ojos de mi hija siguen sanando día a día sin que tengamos que hacer nada para ayudarla, y ella continúa con su vida normal sin ninguna dificultad. Su visión doble aún no se recupera al cien por ciento pero según el médico tratante, hay que tener paciencia pues ella tiene su tiempo. Y yo digo en mi interior: no es ella quien tiene su tiempo sino Dios, pues El es quien tiene el control de todo y es reconfortante saber que tienen en sus manos los ojitos de mi pequeña hija y que El los sanará por completo a Su tiempo y a Su manera.

P. Sch.


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